domingo, octubre 23, 2005

Super Dildo (3, final)

Antes que nada, quiero dar la bienvenida a la putita que se ha agregado a nuestras filas. Notable entrada, por lo demás.

Ahora prosigo con la tragedia de mi amiga Clau:

La anterior conversación por msn fue el jueves recién pasado. El viernes llamé por teléfono a Claudia y me contó que Lucía le había propuesto terminar con todo en una clínica abortiva. Claudia aceptó. Fijaron la hora de operación para las 10:15 AM del sábado. La Clau me pidió que las acompañara.

Llegué puntualmente a las 10 de la mañana a la dirección acordada. Las dos mujeres habían llegado juntas. Llevaban lentes oscuros, el pelo tomado y revuelto. Las carteras no combinaban con los zapatos y no podía olerles ningún perfume, sólo percibía un aire pesado y denso que rodeaba sus cuerpos.

Nunca había visto a Lucía. Aún en aquellas condiciones, era una de las mujeres más bonitas que había visto en persona. Me acordé de lo que me había contado la Clau por msn, el amorío lésbico entre aquellas diosas... Si esas mujeres hubiesen leído mis pensamientos, me habrían aniquilado en instantes. No me juzquen mal, después de todo, todos los hombres somos igual de perros.

Subimos unas escaleras, recorrimos un pequeño laberinto de paredes blancas y cruzamos una extraña puerta oscura. Finalmente llegamos al consultorio, que consistía en una sala de espera, un par de secretarias tras un mesón y 4 o 5 inquietantes puertas. Cualquier persona distraída habría pensado que se trataba de una clínica dental. Incluso la señalética y las secretarias encriptaban la verdadera labor usando terminos bucales como 'extracción de muelas'. Todo era muy creíble. Lo único que desencajaba en aquella mascarada era una niña de 15 años y su padre. La niña tenía una singular mirada perdida. Una mirada que no enfocaba un punto físico en el espacio, sino una pena abisal en el cerebro. Su padre lloraba callado, con la mano sobre la de su hija, buscando apoyo.

Nos sentamos frente a la pareja después de hacer algunos trámites en el mesón. Primero llamarían a Lucía, luego a la Claudia y finalmente a la niña.

Después de algunos minutos, una cálida doctora invoca la presencia de Lucía. Nos despedimos afectuosamente de ella, Claudia la abrazó largo rato y lloraron juntas. Era su primer parto. Cuando se fue, el silencio volvió a llenar la sala. Eramos unos muebles más sobre las sillas.

El final de esta rara historia ocurrió pocos minutos antes que Lucía saliera liberada de aquella sala. Nunca me habría imaginado tan horrible desenlace: En medio de aquel fúnebre silencio blanco se abrió intempestivamente la oscura puerta de entrada del consultorio, y entró un hombre corpulento (mas bien gordo), rubio, con delantal blanco y estetoscopio al cuello. Al lado mío, Claudia, sin aire, trata de gritar: ¡¡¡IGNACIO!!!

Ignacio corrió a abrazar y a besar a Claudia, que parecía mareada y atontada. Yo me hice el desconocido, pero podía escuchar todo lo que le decía su esposo:
- ¿Por qué no fuiste al ginecólogo que te recomendé?...mi amigo te habría ayudado.. ¿acaso no quieres tener a nuestro hijo?- por la expresión de Claudia podía verse que no entendía, pues no respondía nada, sólo preguntaba - ¿Cómo sabes que estoy aquí? ¿cómo sabes que estoy embarazada?-. Ignacio, que llevaba una sonrisa de oreja a oreja, con cara de profecía cumplida, la trataba como a una niña - No seas tontita- aconsejaba - Ese hijo que llevas dentro es de los dos, no tienes por qué matarlo-. Claudia comenzó a remecerse. Su cara se contraía casi a espasmos. Ignacio seguía hablándole - tú no querías tener un hijo conmigo, así que decidí tenerlo contigo... con tus locuras, créeme que no fue difícil- le dijo entrecortándose con carcajadas - ¿No notaste que la caja que encargaste te llegó abierta?

Claudia enloqueció en ese mismo instante y comenzó a golpear a Ignacio con todas sus fuerzas. Cuando éste se tropezó consigo mismo y cayó de bruces al suelo, Claudia siguió dándole patadas y gritando.

La escena me dio asco. Incluso tuve ganas de vomitar cuando me imaginé a aquel obeso inyectando su simiente en la máquina. Miré para otro lado y mis ojos se posaron sobre la quinceañera embarazada, que miraba el espectáculo con cierta indiferencia mientras el resto de la gente trataba de separar a la pareja de casados. Era imposible que ella llegase a imaginar el motivo de aquella gresca, el por qué de aquella violencia. Al mirar su rostro triste entendí que, de la misma manera, yo nunca conocería la verdadera historia que la había llevado ahí junto a su padre.

2 comentarios:

pachanka dijo...

Ole! y que los calzones bailen el mambo!

no hay duda de que hay gente muy retorcida en este planeta. (menos mal)

Orangú del Norte dijo...

PUTITAS INTERNACIONALES!!

Ejale pachanka