Susurra, y como el aliento de un dragón, sus palabras se
condensan y deshacen en el frío de la medianoche.
- ¿Tienes miedo?- Sus ojos son navajas desenfundadas y sedientas.
- Si…
- Muy bien… ¿estás listo?
Solo esta ella, envuelta en su eterno cabello negro. Ella y
yo. Su rostro como la nieve me observa curioso, moviendo el eje de su cabeza como
búho al acecho. El frio me adormece la piel. Es como si emanara de ella, como
si ella fuera la fuente del frio y la oscuridad del universo. Desnuda, avanza lentamente,
solemnemente, sonriendo. Su menuda y pálida forma enmarcada por su eterno
cabello negro, que todo lo envuelve, como la noche más larga.
- No te preocupes…- roza con sus labios mi oído mientras su
mano izquierda acaricia mi cuello – dolerá…
No siento la puñalada, solo su siseo de placer. Se retuerce
y gime, sus ojos se desorbitan y su barbilla tiembla mientras emite un
ronroneo, un gorjeo anterior a la creación de la vida misma. El frio penetra en
mi pecho mientras la sangre comienza a manar sutilmente. Con fuerza inhumana
agita el puñal (o tal vez es su mano, no lo sé con certeza. A estas alturas da
igual). Mi esternón y mis costillas chasquean y se astillan. Eso si lo siento. Mis
pulmones se comprimen por al cambio de presión. Trato de aullar en vano. No puedo
respirar. Como lombriz en el anzuelo me retuerzo, tratando de sobrevivir, pero
ella me sujeta ferozmente por la mandíbula inferior, metiendo sus dedos dentro
de mi boca.
- No te resistas, es inútil, solo extenderás el dolor. ¡Entrégamelo,
entrégamelo todo, por favor!!!
- ¡¡¡¡Gggggaaagaaacaa gueee gaa conngaaa guee
gu gaaagree!!!!
Como una rata diligente, hurga dentro de mi pecho,
escarbando, arañando, desgarrando, sonríe enloquecida, riendo como hiena
hambrienta frente al festín. Poseído por la agonía, la muerdo y se me va la
vida. Mis dientes rechinan, se congelan y se quiebran mientras penetran su piel
de hielo. Ella se paraliza, respirando silencio, y su mueca de goce desaparece.
Por un momento, solo el borboteo manando de mi pecho y sus dedos quebrándose
llenan la escena. Siento mi sangre regarse a mi alrededor, como un lecho tibio
que lentamente se extiende y se enfría. Pierdo fuerzas y ya no tengo aliento. Me
suelta la mandíbula y observa sus dedos trisados y torcidos. Caigo despaldas inerte,
la vida escapándoseme por el pecho. Sus ojos
fulgurantes me contemplan en un rabioso silencio. Se monta sobre mí, como una
amante, mientras recompone los huesos de sus dedos, haciéndolos chasquear.
Ambas manos están ahora cubiertas con mi sangre.
- Eso fue innecesario, y de muy mala educación. – sus ojos relampaguean.
Con el índice de su mano derecha se tiñe los labios de tibio
escarlata. Sonríe, salvaje y fría, hambrienta, y acerca sus labios rojos a los míos.
- Bésame por última vez.
Gentilmente posa sus labios sobre los míos. Una gota de mi
sangre se cuela en mi boca, mientras con su lengua extingue mi aliento. El
resto es silencio.
Puedo ver la escena desde la distancia. Ella destroza la
caja torácica de aquel cuerpo inerte y devora su contenido, hundiendo la cabeza
en el pecho. De cuando en cuando levanta la vista y contempla en la dirección en
que la observo, sonriendo, el rostro teñido, como un depredador luego de la
caza. Deja el corazón para el final. Con sumo cuidado lo extrae, y arranca pequeños
hilos negros que echan raíces en el, cubriéndolo por completo. Le toma tiempo,
pero lo hace pacientemente. Lo lame cariñosamente hasta dejarlo limpio, y como
un felino, juega con él un rato, manoteándolo y saltando a su alrededor. Luego lo
devora lentamente, saboreándolo golosa. Ya no siento el frio, allí desde
contemplo todo. Solo puedo ver su cabello negro que todo lo envuelve, como la
noche más larga. Finalmente también me envuelve, colándose bajo mi piel con un
suave arrullo. En la completa oscuridad, puedo escuchar su voz. Un susurro, que
me toca como un suave copo de nieve.
- Realmente disfrute la parte en que me mordiste…
De pronto siento el frío nuevamente. Entumecido, mi cuerpo
comienza a temblar. Me agito de un lado a otro y ruedo. Despierto de golpe,
desnudo en el piso de mi habitación, junto a mi cama. Me levanto con
dificultad, mascullando en un idioma olvidado, adolorido y agotado. No me
interesa la luz de la luna creciente, ni la madrugada del primer día de
invierno. No me interesa si alguien o algo me observa y se ríe, o tal vez
siente compasión. Solo me interesa volver a la cama y envolverme entre las
mantas, perderme en un dormir tibio y sin sueños. Pero no puedo. Amanece, y aun
puedo saborear una gota de mi propia sangre, mesclada con su beso.
- Ni con mil polvos se me cura esta custión…