viernes, febrero 09, 2007

Caracoles alpinistas

Si aparece una pistola en la primera escena de una película (de una buena película), ésta de seguro será disparada. Si se cita una novela, el argumento tendrá una directa relación con la del libro. Si en un cuento un conductor cabecea al volante, de seguro ocurrirá un accidente....Dicen que en una buena historia, los elementos no sobran y todo lo que se dice o enuncia tiene un sentido. Si yo ahora me dispusiera a escribir aquí una historia, por estas razones, el párrafo sobre el que ahora se deslizan mis dedos tendría que tener directa relación con la idea central, incluso, debería ser fundamental para entenderla.

O quizás no.

De la misma manera, en la vida real, a veces parece que todo estuviera relacionado y que nada sobrara. Una vez llegué al extremo de pensar que las cosas estaban tan relacionadas que hasta el zodiaco tenía razón. Abrí la revista Ya! mientras me entregaba al placer fecal y, al leer la reseña de Piscis, mi entrañable signo con pescaditos, me sentí identificado hasta los huesos con mis problemas sentimentales y hasta tomé nota (mental) para seguir al pie de la letra los consejos que allí se daban. Eso si mi ilusión terminó segundos después, cuando al leer el resto de los signos zodiacales, sentí la misma identificación con todos ellos. En ese momento cerré la revista y enfoqué toda mi concentración en los otros asuntos que me tenían allí sentado.

Pero en otras ocasiones, no hay duda alguna de la existencia de una relación simbólica entre las cosas que nos pasan: Intuiciones premonitorias, depresivos que se enferman, sueños húmedos o, a veces, escenas poéticas que reflejan un estado emocional o una encrucijada de la vida. Sobre una de estas escenas poéticas escribo hoy:

El otro día, con algunos de uds (algunos prostis de este club, incluso aquel miembro que, desde cierto momento, cuando nos vemos, me acusa públicamente de inventar, mentir y exagerar!!!) me encontraba tomando una modesta cerveza, sentado frente a una mesa, en el patio de una casa, después de haber devorado una deliciosa comida. Todo lo que acontecía era perfectamente normal. Mis amigos sostenían una amena conversación, en la que yo aportaba de vez en cuando con mis habituales parcas observaciones. En eso estábamos, de lo mejor, cuando ante mi asombro, un avistamiento me hizo dudar de mi estado de conciencia, somnolencia y vigencia mental... Lo que ocurrió fue que una insensible picazón en mi rodilla desvió mi vista hacia mi pierna y fuí testigo ahí de la indiscutible hazaña de un caracol que me había escalado!... Los restos de su baba, eran la irrefutable evidencia de que la criatura se había empinado allí partiendo desde las mismísimas bases de la montaña (mi pie) y, siguiendo una trayectoria con forma de espiral, alcanzó las altas cimas de mi enjuta rodilla izquierda.

Al principio me reí montones. En un instante convoqué la atención de todos los presentes, quienes rieron de igual gana. Tiré al heroico deportista a las plantas y olvidé casi por completo el asunto, salvo por la preocupación de la sospechosa baba blancuzca en mi pantalón y una pregunta que quedó rebotando en mis ahuecadas cavidades encefálicas:
"¿Cómo pude haber estado tan increíblemente inmóvil que un caracol, UN CARACOL, me había escalado?"

Bueno. La experiencia poética no termina allí. De regreso a mi casa, manejando, siento bocinazos de un automóvil vecino... Cuando miro hacia ellos veo que hay una mujer acompañada por un hombre y una señora un poco mayores (¿sus tios buena onda?). La mujer, de mi edad, estaba exaltadísima y se perdía a si misma con piropos hacia mí. Yo la miré con mi sonrisa de galán (que nadie la ha juzgado y bien podría ser una sonrisa tipo morisqueta Jerry Lewis) y seguí manejando, incluso creo que aceleré un poquito. El auto de los piroperos avanzó nuevamente al lado mío, me adelantaron y señalizaron hacia la derecha para subir por bilbao... Mientras doblaban ella hacía discretas señas para que yo abriese la ventana o me detuviese o algo....

Yo seguí con mi inclasificable sonrisa hasta mi casa.

Acostado en mi cama, con una pequeña sensación de soledad, pensé en la mujer (que no era fea en ningún caso), las babas y el caracol.