jueves, junio 08, 2006

Confesión


He aquí un tipo confesando algo:

Nada de subconciente, traumas infantiles, depresiones endógenas, sobrabundancia de hormonas, súper yos o chistes de doble sentido. El ser humano de la edad media era un simple campo de batalla entre el bien y el mal, donde la ira, la envidia, la glotonería y el deseo sexual eran huestes del diablo, y la piedad, la pacatanería y la represión soldados del bien.

Yo no me reprimo. Soy un endemoniado.

Desde muy pequeña conducí a mi hija hacia la belleza. Con los rasgos de su madre ella siempre ha tenido el potencial de una diva. La inscribí en cursos de danza y expresión corporal, le enseñé a peinar su pelo liso y a mostrarse siempre impecable, perfumada, femenina.

Hay niños que desde muy temprano llevan su sexo muy marcado. Niños machos recios y niñas mujeres de insólita femenidad. Mi hija siempre fue una mujer precoz.

Miré todos lo cambios que ocurrían con su mente y con su cuerpo a medida que crecía. Me impresionan dos cosas: El enorme parecido de su personalidad con la mía, y la fuerza, todo el potencial vigor de una vida que apenas germina enfrascada en la fragilidad de su cuerpo débil. Como un poderoso ácido embotellado en un frasquito de cristal. Como una ardiente puta proyectada a la infancia, vestida de bailarina diciendo "papá que es eso que tienes ahí?"

La miro y es su madre. La miro y es mi hermanita. La miro y soy yo. La miro y es mi hija, mi madre, mi padre, mi suegra, mi suegro y el estúpido de mi cuñado. Ella es el cauce final de nuestra simiente.

Y mi sangre se derramará con su menstruación, como si ninguno de los dos tuviese sexo. Como si ser hombre no fuese una particularidad de mi identidad, sino una singularidad en nuestro linaje, como un lunar o como llevar las uñas largas.

Cuando llegó el esperado dia la fui a buscar al colegio más temprano que de costumbre. Le compré láminas de su álbum de figuritas y manejé hasta la casa mientras ella me hablaba de sus amigas, lo mucho que le gustaba el Joaquín,lo pesadas que eran Jacinta Henríquez y la Caro Muñoz, lo deliciosas que eran las manzanas con leche condensada y los sietes en dictado.

"Órgano lleva acento en la primera o. Órgano. Ór-ga-no. Tres sílabas."

Llegando a la casa, le dije que no me sentía bien y que necesitaba su ayuda. Se cambió de ropa, preparamos el bolso para sus clases de ballet y la llevé a mi cama. Me desvestí y la desvestí. La puse sobre mí.

"Puedo contar hasta 126. 1,2,3,4..."

No acabé dentro de ella sino en papel higiénico que había preparado para eso. Ella se había asustado un poco. Fuimos al baño, la lavé y le pedí que mantuviera el secreto, sobretodo con su madre, que se disgustaría si ella sentía picazón. La vestí, nos subimos al auto y la dejé en sus clases de ballet.

De regreso, mientras manejaba, encendí un cigarrillo. No recuerdo tener ningún trauma infantil, ninguna falta de afecto, ninguna depresión endógena. Simplemente saqué a mi hija antes de tiempo de sus clases de segundo básico para meterle la verga. No me acosa ningún demonio. La tierra no se abrirá de pronto bajo mis pies para ser tragado por el infierno.