miércoles, febrero 20, 2008

Genios camuflados

La fama lentamente ha ido envolviendo a los miembros del puticlub. Últimamente, por ejemplo, ha aparecido una chiquilla misteriosa que deja mensajes en nuestros posts (y no sé si quiere contratar los servicios de todos los miembros o cree que todos son uno) y todos los días me llaman de algún diario regional para farandulizarnos. Mi tiempo de lectura de mails ha crecido paulatinamente y, por qué no decirlo, gracias al blog tengo BASTANTE más clientas que antes. La fama, como digo, empieza a coquetearnos.

Así, hace un par de días sonó el teléfono y me habló algo con voz de hombre:
- Tiomemo, tengo algo que puede interesarte- dijo sin más nada.

No era de extrañar que a estas alturas de la fama llamase cualquier loco ofreciendo cualquier barrabasada, sin embrago algo me hacía creerle o, al menos, interesarme:

- Es algo largo... - dijo dubitativo - no podría contextualizarlo por teléfono- continuó -¿podríamos vernos esta semana?-

Después de un tira y afloja, en el que yo trataba de que me largara la esencia o una pequeña muestra de su "asunto", finalmente terminé cediendo y, sin una gota de información adicional, acordé encontrarnos en el bar/pub/café "Ecléctico" en pleno barrio cuico de Santiago, a la siguiente noche.

Cuando tomé la micro para llegar a la cita, me fui pensando en varias cosas que nada tenían que ver con el encuentro. En ese momento recordaba mi frustración por no haber ganado nunca el "Santiago en 100 palabras". Durante tres años había mandado una infinidad de relatos de no más de 100 palabras a este concurso donde ganar, con miles y miles de prodigiosos contrincantes, es verdaderamente imposible. Había escrito algunos textos que, a mi gusto (que para ti, oh lector, puede ser la alegoría de un ano), estaban bastante bien y me tenían verdaderamente orgulloso. Encontraba (y encuentro) verdaderamente desolador no ver nunca el rostro de los jueces y la modelo con la sonrisa en la cara y el diploma de ganador zumbando entre nuestros dedos. Pero aquel día yo tenía una gran idea. Una idea ganadora que sólo faltaba aterrizar, y quedó mas o menos así, aunque aún puedo agregarle dos palabras:
"La ciudad roba, osea, cuando algún ser querido tuyo se muere, desaparece porque la ciudad se lo llevó y no porque haya 'muerto'. Si una mina te patea, no es que ella haya querido alejarse de tí, no, ella fue obligada y abducida por ese ente ruidoso lleno de sirenas, balazos y caca en las cañerías. Si cualquier persona te deja, es porque la ciudad la ha devorado con sus millones de bocas con bisagras y, si te sientes solo, no te engañes, es la ciudad quien se los ha comido a todos y ahora chupetea sus huesos."

Aún le falta mucho...

Pero sigamos con el relato: Ya abajo de la micro, gigantesco brazo ortopédico en mal funcionamiento, me dirigí al pub donde me esperaba un hombre vestido de atractiva mujer que no me dejó tiempo de huir despavorido
- Mi amor, soy yo.... el de zapatos rojos... como acordamos - dijo.
- Hola - respondí tratando de contener mis pensamientos que, pese a mi resistencia, afloraron por su cuenta en colorados tintes y movimientos nerviosos
- ¿qué pasa lindo? No me digas que eres un fascista homofóbico - dijo interpretando mi comportamiento y hablando con tanta seriedad como con burla
- No, para nada. De hecho, respeto y admiro a gays y travestis, pero me pongo nervioso frente a ellos, es algo que no puedo evitar- respondí sincero
- No te preocupes que no muerdo, lindo. Siéntete, ya te pedí una negrita - dijo cerrándome un ojo.

Me senté lentamente, haciéndome el importante. Pocas veces se tiene la oportunidad de sentir la fama y yo quería saborearlo. Con parsimonia y majestuosidad de movimientos encendí un cigarrillo al revés y me disculpé diciendo que se me habían quedado los lentes de contacto en la casa. Era una mentira, pero no podía quedar como un estúpido así tan rápido, sin siquiera mostrar mi verdadera y sobresaliente estupidez. Después. la cerveza llegó con inusitada velocidad y la mesera distrajo por un momento mi atención: llevaba el delantal puesto directamente sobre la ropa interior y, seguramente para resistir el somnoliento calor de esa noche, acababa de ducharse. Su largo pelo negro estaba muy mojado y tenía algunas sensuales huellas de humedad en el delantal. Blandía un aroma de shampoo floral, un poco vulgar para mi gusto, y un perfume distinto en el cuello, empalagosamente dulzón, pero todo en su conjunto inducía una sensualidad fresca, venteada y, por supuesto, erótica.

- ¿Qué quieres mostrarme? -le pregunté con espuma de cerveza en el bigote a la misteriosa compañera de mesa . La ronca muchacha omitió responder con palabras y me señaló con su dedo, usando el tiempo adecuado y sin dejar duda alguna a la interpretación, su entrepierna.
- ¿Por qué crees que me interesaría mirar ahí? - pregunté disgustado mientras sacaba dinero de la billetera para pagar la cerveza y largarme de esa inútil situación - No soy urólogo, así que te aseguro que no hay nada que me interese de tus alrededores pélvicos...-descargué mientras dejaba los billetes en la mesa y buscaba el celular para ver la hora. Después continué nublado de enojo con mi retórica -ni menos si lo que quieres es venir a vanagloriarte o a fanfarronear o a simplemente...
- No se ponga tan machito, Sr Tiomemo -dijo interrumpiendo mi descargo - estoy bromeando, no se preocupe - continuó, haciéndome sentir idiota - ¡qué vigor tiene ud! y, a la vez ¡tan educado! ¡qué reacción tan espontánea y varonil!
- Ya déjate - le pedí riéndome y escondiéndome detrás de un sorbo de cerveza.
- Discúlpame, lindo -dijo- a veces me pongo a hacer esos chistes tontos. Te traje aquí para algo muy distinto: Tengo una historia verdadera y quiero que la publiques en el blog.

La mujer (o el hombre), después de un breve silencio, en un lapso de un litro de cerveza y dos cigarros y medio, me contó una historia que jamás se me habría podido ocurrir a mi. Su historia por momentos ahondaba en el hombre con gran sabiduría y tenía un argumento redondo, perfecto, donde todos los cabos calzaban como un mosaico renacentista. Su final, verdaderamente impactante, me dejó la piel erizada por tres días. Más aún, según la mujer, todo era verdad.

- ¿Qué te pareció? - preguntó expectante con el cigarro casi en la boca
- No puedo ponerlo en el blog -sentencié
- ¿Tan mal está? - dijo. Su voz y su postura habían mutado completamente. De una leona se había transformado en un pequeño ratón.
- Está horrible -mentí- he visto ese tema cincuenta veces, incluso creo que le he oído un chiste parecido a Checho Irane.
- ¿De verdad? - preguntó a punto de reventar en lágrimas.
- No, no es verdad -dije sonriendo- ahora caíste tú. Jaja. La historia es verdaderamente buena. Nunca había oído de nadie otro relato mejor.
- Desgraciado. Casi me da un triple infarto cerebral - comunicó mientras se derretía de tranquilidad sobre la silla
- Tenía que vengarme de tus chistecitos -respondí mientras pensaba que en realidad no me vengaba por sus bromas iniciales, si no que era la envidia quien había actuado
- ¿Pero, entonces, la publicarás en el blog?

Durante un par de cigarros adicionales le expliqué que no podía escribir aquella historia en el blog, pues no me sentía cómodo con semejante regalo. ¿Qué ocurriría si la escribo y después me hago universalmente famoso por ese relato? ¿qué pasaría si después la historia me recordase como su autor y el resto de mi "obra" pasase inadvertida? Yo no estoy dispuesto a vivir en semejante mentira. Le recomendé practicar con su escritura, soltar la pluma y escribirla él mismo. Después, cuando se volviera famosa y acaudalada, Yo le pediría consejos de escritor a ella.

Comentamos un par de cosas más, nos reímos otro poco y nos despedimos. De regreso en la micro hice algunas correcciones a mi relato de 100 palabras. Después de todo, el baño de humildad no me había hecho mal.