jueves, enero 26, 2006

El Hijo de Dios (1)


Les pido que me disculpen el que a veces me salga de los temas que este blog debe ahondar.... pero sucede que como putito callejero uno escucha muchas historias y desde esa perspectiva es adecuado publicarlas aquí.

El siguiente relato se lo escuché a un triste tipo en un bar y le di mi correo para que lo escribiera y pudiera ser publicado. Mandó el relato dos meses después del encuentro y curiosamente el estilo de este tipo coincide mucho con la pluma clásica y mamona que de mí están acostumbrados. Saludos putos.

"El eco de sus palabras resonó con fuerza en su oficina de paredes vacías. Sólo un enorme cuadro abstracto, que hacía discreta referencia al Crucificado, adornaba la pared del fondo con colores vivos y desparramadas pinceladas. Juan Bautista Lira, publicista de profesión, homosexual multimillonario con apenas treinta y tres primaveras cumplidas, acababa de revelarme su ascendencia divina. Me pedía ayuda pues necesitaba cumplir, a su edad, el destino final de Jesucristo.

No sé exactamente cuando empezó con el asunto religioso. Si mal no recuerdo, todo fue gatillado por las películas. Durante dos meses, postrado por una enfermedad pulmonar, se dedicó a ver películas bíblicas y a pasar tardes enteras dándonos cátedra sobre los errores y los aciertos, históricos y teológicos, de distintos trabajos fílmicos entre anécdotas de irrefutable falsedad (una vez me contó que había escuchado la musica de 'Jesucristo SuperEstrella' cuando aún no había nacido, en el vientre de su madre, y que cuando la escuchó por primera vez "en vida" cantó a la par del disco todas las canciones de Ted Neeley). Después, en la historia de su obsesión, comenzó su pasión por los símbolos eclesiásticos. Se enamoraba de cruces, vírgenes de yeso, nacimientos, cuadros religiosos, rosarios prehistóricos y cualquier chuchería barata de viuda devota. Tapizaba su departamento con crucifijos, santos atravezados por flechas y gigantografías de Robert Powell coronado por diademas de espinas.

Conocía sus bromas y nunca creí que hablase en serio. Ni siquiera en ese momento en que en su despacho, con lágrimas en los ojos, me pedía que lo ayudara a clavarse en el madero. Siguiéndole un poco el juego, le comenté que clavarse en la cruz era una mala idea puesto que ya no tenía originalidad. Jesús no podía morir dos veces de la misma forma. Debería ocurrírsele alguna otra manera de efectuar su muerte, pero conservando el carácter penitenciario, la pureza estética y la romántica agonía dolorosa de la crucifixión.

Mis palabras fueron oidas y me dio la razón. Agradeció vivamente el consejo y dijo que meditaría ampliamente sobre este asunto. Antes de irme, insistiendo sobre su condición, me dijo que su padre ya había decidido el final por todos nosotros."

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