sábado, noviembre 18, 2006

Evocando a Devora

- Te dije que te ibai a sentir como las hueas, dijo Victor mientras miraba como mi propia escencia se escapaba por la boca

- ¿A tí también te caga el Peyote?, le pregunté para aparentar dignidad en mi miseria estomacal

- No es peyote, hue'on, es SAN PEDRO... Sí, el tecito siempre me deja destruído...eso si que nunca tan pa' la cagá como a vos.

Después de un rato recuperé la compostura y comencé a sentir los efectos de la mescalina en mi organismo: Una especie de ebriedad consciente y una hiper sensorialidad...

- Me despido, Victor, este viaje lo emprendo Yo anemismo - dije y le dí un apretón de manos bien fuerte. Salí del baño, después del departamento, bajé por el antiguo ascensor y salí del edificio. Me puse a caminar distraídamente por las calles del centro.

Fue allí cuando sentí que la ciudad me hablaba. Antes que eso, recuerdo que me reía de mi despedida de Victor...'Anemismo', palabra digna de mi creatividad léxica bajo efectos sicotrópicos, que se intensifica hasta la absoluta incomprensión cuando el estado de inconciencia es alto...

Esa pobre palabra no podía quedar sin significado:
El 'anemismo' es uno mismo cuando está solo.
El 'anemismo' es la filosofía de los que no se enemistan con ellos mismos
El 'anemismo' es un paseo a pie y solo.
El 'anemismo' es una enfermedad propia de la rodilla izquierda femenina

El llamado de la ciudad me interrumpió y fue pronunciado por distintas voces, en un idioma claro y que, en aquel momento, me pareció solemnemente amarillo.

El sonido fue emitido tras una gesticulacion de millares de peatonales pies y tras el clamor de las aguas atrapada en pozas, que liberadas por ruedas, estallaban en sonidos embarrados. También participaron los ladridos de las micros, el sonido de las estampidas de edificios y las infinitas voces de desesperación casi humana de todas las moscas de la ciudad que quedaron atrapadas entre un vidrio y su ambición.

El sonido decía claramente: "Baja esa escalera"

Bajé. Un tipo me cobró entrada por el derecho a tres películas.
- Mire bien su butaca antes de sentarse, podría toparse con una sorpresa, dijo al guiarme a la sala.

Antes de sentarme en el cine vacío, obedientemente miré la butaca. Nada.
- Gracias por su berabilidad, grité al acomodador que se iba de la sala.

Me senté un rato y traté de concentrarme en la película. Era un thriller. Más bien un drama erótico. Trataba de las peripecias de una exitosa médico ginecólogo que cambiaba su especialidad por la de médico urólogo y viceversa sin nunca decidirse. Un drama vocacional con tintes amorosos. Al final, se conciliaba salomónicamente ejerciendo sus dos pasiones de manera simultánea.

La ciudad volvió entonces a hablarme usando la garganta de una actriz:

- Más abajo, más abajo - dijo.

Miré a mi alrededor y encontré una escalera que, efectivamente, bajaba. Aprovechándome de la oscuridad de una casual escena de cama corrí hasta ella y bajé presurosamente por los peldaños rojos. Un hipnotizante color rojo. Era claramente el color rojo propio de la cercanía a las profundidades intracutáneas del mundo.

No hay comentarios.: