jueves, octubre 11, 2007

Elixir

La noche alimenta la melancolía como el sol a las flores y, si no estamos durmiendo o amando, podríamos estar en un bar escuchando las historias difícilmente creíbles de sujetos que dicen, por ejemplo, haberse encontrado con una bruja capaz de elaborar un filtro de amor. Los ebrios, aquellos sujetos encargados de amortiguar con sus cuerpos las energías caóticas de la tierra en vaivenes continuos y en apariencia errantes, pueden narrarte fabulosos cuentos si logran atrapar tu atención en aquellas noches de debilidad emocional e intelectual. Los ebrios te atrapan con su lenguaje a veces indescifrable, proveniente de los murmullos tectónicos, si descubren con su mirada vidriosa ese quiebre de voluntad producido por el polen melancólico bullente en el pecho. Al principio te prueban diciendo estupideces y uno, al escucharlos, libera por las orejas el polen que sólo ellos pueden ver y que es signo inequívoco de aletargamiento melancólico, de forzosa empatía con los desgraciados, que ellos aprovechan para largarte su historia épica, su drama insoluble, su intricada teleserie de dramas genéticos y su angustiante y a veces compartida profecía de soledad.

Uno de estos infestos productos de la mezcla de destilados con humanidad me pilló una vez taciturno y comenzó a contarme de cómo en una casa de masajes le habían ofrecido solucionar sus problemas amorosos con un ungüento mágico. Según su historia, una semidesnuda masajista cantonesa, de senos "desencantados", después de encremarle el cuerpo de pies a cabeza y cuando se disponía a comenzar con el servicio por el que se había pagado, le comentó con oriental acento que su patrona lo estaba notando algo triste y le pedía que, terminado el masaje, pasara por su oficina pues le tenía un producto que no podría rechazar. Mi nuevo amigo, que según recuerdo se llamaba Reynaldo, no imaginó que aquella invitación cambiaría para siempre el curso de su miserable vida.

Muchas de las cosas importantes que nos ocurren desde que nacemos hasta que dejamos de tener sexo vienen disfrazadas de cosas pequeñas: Un simple viaje por la carretera puede significar la muerte de los que más quieres; Un correo electrónico de menos de un kilobyte puede anunciar el éxito o rechazo de una beca; Un número en un juego de azar te puede volver millonario; Un "sí" de esos labios tan deseables puede atraparte por toda la eternidad en la monogamia. Reynaldo saldría de aquella sala de masajes, subiría por las escaleras hacia la oficina de la "patrona", tocaría la puerta, entraría, desearía esas piernas acariciadas por medias oscuras a pesar de haber perdido ya todo su vigor sexual del día con Mei Lai, se sentaría en la mesa, escucharía un breve discurso, respondería afirmativamente una pregunta de barata vendedora y el destino, esa insistente tendencia del tiempo de hacernos notar que no somos dueños de nuestra vida, dejaría de "patear y cagar" su mediocre paso por el mundo, y lo botaría desnudo a la calle, tocando el timbre de la casa de la madre de sus hijos. Ella se asomó por la puerta entreabierta:
- Ya te olvidé, Reynaldo -dijo- ahora tengo a otro que no anda desnudo y borracho por la calle tocando timbres

"Te vestirás sólo con esta crema. La conquistarás con lo que ella vea, pero si no le hablas....si no le hablas no pasará nada. No tengas miedo. Con esto tu lengua tendrá poder"

- Mujer -respondió Reynaldo tiritando de frío- nuestra sangre corre junta por venas jóvenes. Mi semilla navega con la tuya, palpitan juntas, devoran juntas el tiempo que es suyo y lo será siempre. En nuestros hijos nuestra semillas seguirán juntas, unidas en nuestra descendencia hasta que el universo se caiga sobre si mismo y todas las semillas se mezclen y sean úna..
- ¿Qué te pasa Reynaldo? Me tengo que entrar, ya terminaron las noticas y van a dar MeaCulpa -interrumpió
- Pero es que existe un instante de tiempo en el cosmos, una parte infinitamente pequeña del tiempo, que equivale al siglo de nuestras vidas, en la que nosotros no nos encontramos y hablamos distantes, yo desnudo a un lado de la reja y tú escuchándome sólo con la oreja izquierda, y no estamos juntos siendo que el futuro entero del universo nos une en vigorosos corazones que aún no laten...
- Yo ya no te quiero, borracho de mierda -dijo la mujer antes de cerrar furiosa con un portazo.

Un frasquito de plástico relleno con crema rosada por apenas dos mil pesos chilenos fue el intercambio económico que se efectuó en la oficina administrativa de la sala de masajes. No fue el único intercambio que hubo. La jefa emitió variados sonidos que Reynaldo no quiso interpretar, pues estaba más interesado en las piernas cruzadas y el escote moreno de la cuarentona, que revelaba una rayita entre los abultados senos, por lo que el pago de esa pequeña suma fue más bien un acto de simpatía, un acto para quedar bien o, seamos más sinceros, un pago por adelantado de una visita futura, de una sonrisa futura y de una visión futura de piernas cruzadas y rayita en el escote. Para Reynaldo el frasco con la loción rosada fue un producto adicional de la transacción, tan insólito como una calcomanía de BobEsponja en las papas fritas. Pero una fuerza extraña lo había impulsado a seguir aquellas palabras, desnudarse, embetunarse de crema rosada y acercarse a la casa por el antejardín, tocar el timbre y vomitar ese ácido que le corría la médula espinal.

-Reynaldo -dije al final de su relato- me has engañado. He escuchado tu historia de manera atenta y respetuosa pero me siento defraudado pues, en un principio, me dijiste que lo que me ibas a contar había cambiado tu vida. Ahora, al verte borracho en un bar contándole tu historia a un desconocido, veo que era sólo un gancho para que pusiera mayor atención a tu cuento-

Reynaldo se quedó mirándome con sus ojos siempre vidriosos. En alguna respuesta pensaba. Movía la boca como si mascara la respuesta escrita en una hoja de tabaco. No me quedé a esperarlo. Pagué mi cuenta y salí.

1 comentario:

Mantoscuro dijo...

wenaweba!