martes, septiembre 19, 2006

El Armario Infinito

Ahuyentadas por el susurro de una brisa, las abrasadoras ánimas de una noche estival y las calientes sábanas que antes me envolvían, ahora replegadas, permitieron un breve instante de sueño. Pero los párpados no se cerraron un instante. El contacto con otro cuerpo cálido volvió a encender mis sentidos adormecidos.
El roce de una mano femenina por mi muslo desnudo fue la primera chispa de calor. Una boca en mi obligo, una llamarada. El roce de dos senos por mi cuerpo, un incendio...

La ciudad debió transformarse en un iracundo volcán mientras nosotros nadábamos en su lava espesa e incandescente.
La tierra debió abrirse y, a gritos, fuego vomitar.
El sol sobre mi dormitorio, estoy seguro, vi colapsar.

Pero a la mañana siguiente todo seguía igual. La cocina seguía hedionda sin razón aparente, los ceniceros desbordaban de melancolía gris, las paredes seguían sucias, las plantas muertas y yo estaba solo. Sólo una cosa había cambiado entre la mañana de ayer y la de hoy...

Miré el armario. Estaba cerrado y era imposible de abrir. Su piel rojiza no me decía nada más que cualquier madera... -Fue sólo un sueño- pensé.

Al salir, la extraña emoción que sentía fue quebrada por la mitad de una botella rota blandida por el General de las Sopaipillas sobre mi garganta.

El gigantesco bigote ceniciento empapado en vino o sangre.
Los ojos, azules, rojos y amarillos, desorbitados y enloquecidos.
Aliento de vino pútrido, sexo, grasa y menta.
Su adiposo chaquetón militar... perteneciente a Arturo Pratt, según la leyenda...

La desesperación alcohólica lo había obligado a venderme lo único que poseía aparte de su carrito de sopaipillas y mostaza... - Por veinte lucas podrías conseguir apenas 5 putas viejas... pero imagínate tener a todas las mujeres que quieras - me había dicho con su derruída grandeza.

Ahora, con sus enormes manos me tenía aprisionado con una punta de vidrio enterrándose en mi cuello. -Conchetumadre, devuélveme el ropero o te dejo como vómito de vieja- dijo dislocando su gran mandíbula en cada sílaba.
- Lo vendí a un amigo - mentí - dime, ¿quieres 20 lucas más?
- Hijodepu...
- ¿30?

Sus ojos tenían una expresión desesperada. Lo recordé en su esquina parado: el colchón contra la pared, la botella con meado a un lado, el destartalado carrito de sopaipillas y él, el borracho general, puliendo meticulosamente su bendito armario caoba...

- Bueno cuiquito, pero pásame la plata ahora o te rajo entero - dijo mirando el suelo, como ocultando su verguenza. Cuando le pasé la plata, tiró la botella al suelo, escupió un líquido que parecía sangre y me dijo algo que no entendí bien. En ese momento lo interpreté como una advertencia, algo así como que tuviera cuidado con el ropero, como si fuera una droga... ahora sé que quiso decir algo completamente distinto.

Ese día trabajé y en la noche volví a mi departamento un poco ebrio después de un happyhour. Cuando entré a mi pieza vi mi nuevo mueble tal como lo había dejado: inmutable y silencioso frente a la cama. Traté de abrirlo una vez más sin ningún reultado. Me dormí pensando en la ingenuidad que me había hecho creer, al menos algunos instantes, en las locuras de ese viejo alcohólico...

Pero cuando estaba a punto de quedarme dormido una rara fuerza me despertó. No era un golpe, tampoco un olor, ni un ruido ni una luz... Era una especie de concepto, una idea, una química interna que revolucionaba eróticamente mi cuerpo...

No creo que pueda describirlo bien...

Era el deseo sexual en su estado más primitivo, despojado de cualquier adorno, enamoramiento o fantasía... la sensación era parecida a la salivación por un olor a carne, al sudor por exceso de calor, a la sed por deshidratación...

..pero esto no era la excitación provocada por un estímulo particular mas que una reacción alquímica de sustancias etéreas, como una evocación del espíritu de lo femenino, la presencia de la diosa de la fertilidad, la escencia de una hembra en celo, lo vaginal, la procreación animal, una voluptuosa venus paleolítica desenterrada de las profundidades del mundo.

Entonces abrí los ojos...

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