miércoles, marzo 01, 2006

Un relato erótico


Los cuentos eroticones son mi adicción. Puedo decir que desde que las fotos porno dejaron de tener mayor efecto en mi líbido, las historias sexuales escritas se han transformado en un manantial infinito de energía sexual, que vierto con todo gusto sobre las angustiadas hembras que a mí acuden.

Por lo general, estas historias para lograr su cometido de erecciones diversas, deben penetrar en la virginal esfera de lo prohibido, acariciando retorcidas situaciones en las cuales una persona común y corriente -como uno- en la vida real difícilmente rozaría. No me imagino, por ejemplo, "Pervirtiendo a mi mujercita" con mis amigos (no podría volver a mirar a la cara a ninguno de los susodichos) ni menos teniendo sexo oral con "La mamá de Nacho". Los buenos relatos eróticos que se precien de tal son viajes a la deriva, con sólo boletos de ida, hacia aventuras de trágico final. Nunca conocerás ni serás protagonista de una buena historia erótica.

Esto creía hasta hace poco, pero nunca es tarde para estar equivocado pues, a veces, los relatos eróticos se vuelven reales y la persona menos pensada se convierte en protagonista.

Obsesionado como estaba con los relatos eróticos, no me di cuenta que llevaba mi nueva adquisición erótica en la chaqueta hasta que la "profe de arte" (y reciente polola 17 años mayor) de mi amigo anfitrión del carrete que nos albergaba, sacó el libro de mi bolsillo y lo miró con alguna emoción:
- Tienes un libro de Osvaldo Lec!!, dijo su fumadora voz con extraña ternura
- Es buenísimo -le respondí emocionado porque podría hablar sobre mi obsesión- ¿lo has leído? ¿no? Mira hay un relato aquí que es increíble, te lo voy a contar para que veas lo bien que escribe este tipo, dije un poco pasado a piscola.
- Ya lo creo -dijo con una coquetería que logró decompasarme el corazón- Osvaldo es un gran amigo, cuéntame de qué se trata...

El cuento que le narré tiene un argumento bastante simple. El relato se llama "La Mona Elisa" y es más o menos así: Tras la muerte de un pintor, sus amigos cercanos realizan un viaje en auto a la costa para tirar sus cenizas al mar y, de paso, ver la última pintura del difunto que posaba aún fresca en su casa del litoral. En el camino, los amigos del pintor hablan sobre las extrañas relaciones sexuales que se pueden tener con algunas mujeres y cada uno cuenta sus propias experiencias con lujo de detalles.

Cuando le relataba los extraños encuentros que narraban los personajes, la piel de "la profe" adquiría cierta palidez. Ella hacía comentarios de vez en cuando que yo no podía oir bien por la música, y que yo atribuí a la reacción natural que un oyente puede tener frente a los inconcebibles rituales de apareamiento que el cuento describía. Yo, para impactarla aún más con el relato, la empapaba de los detalles más sordidos a medida que palidecía. Después tuve la sensación de que se estaba excitando con mis palabras, lo que me produjo una seria contradicción vital, dada la perturbadora existencia de mi amigo.

Una vez que los cuatro compinches de la historia finalizan sus relatos, queda cierta sensación de redundancia en las experiencias: Las aventuras de los amigos eran demasiado parecidas. Todas las narraciones coincidían en la descripción de una rara y salvaje mujer que los había enloquecido con una fiereza primitiva y carnívora, que gustaba de manchar su exhuberante belleza con lodo y sangre, que gozaba con gritar y difamar en lenguas antiguas mientras jugaba a la diosa Tierra, divinidad que es lacerada para que el hombre entierre la semilla en sus profundidades.

El final de la historia comienza a develarse cuando los amigos intentan averiguar entre ellos con qué mujeres habían tenido aquellas extravagantes relaciones. Todas las preguntas se responden cuando al llegar a la casa del muerto ven que su última creación era un retrato realista de Elisa, la mujer ausente del grupo, desnuda a cuerpo completo con las piernas plenamente abiertas, con el rostro sucio por el barro.

De pronto la "profe" comenzó a llorar pero yo seguí:
- En ese momento, todos terminan por aceptar que una sóla mujer, Elisa, es quien depositó en todos ellos los dislocados recuerdos sexuales que conversaron. Terminando el relato, los amigos pegan un recorte de la cara de la "mona lisa" sobre el rostro en óleo de Elisa, con el objeto que ella nunca se enterara de que la habían descubierto.

La "profe" y polola de mi amigo se había quedado lela. Sus ojos se quedaron fijos en el vacío y su boca estaba a medio abrir.

El silencio posterior a mi relato lo rompió mi amigo el anfitrión:
- Elisa, linda ¿con qué historia te asustó el tiomemo?...

2 comentarios:

tiomemo dijo...

fin

jfhurtado dijo...

que intertextual este meme
eres un guru
deberias convencer a gustavino que deje sus afanes fantasistas y se dedique al dragoneo semierotico